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JAVIER GARCÍA PRIETO

Un pintar indómito
Fecha:
Del 30 de octubre de 2019 al 16 de febrero de 2020
Lugar:
Sala 8

[MUVa del 29 de octubre al 20 de diciembre]

Revisando el extenso material que tras de sí dejó Javier García Prieto (Valladolid 1954-2019), no tardamos en comprender que uno de los conceptos en torno a los que debía girar este proyecto expositivo era su actitud ante el hecho artístico y el modo tan personal, tan visceral, de aproximarse a la pintura.

Por lo general, no suele haber grandes diferencias entre el modo en que uno se enfrenta a la vida y al arte, y esto fue muy visible siempre en el caso de García Prieto, que durante décadas hizo virtud del exceso y emblema de la gestualidad, por más que anduviera de acá para allá siempre en torno a los mismos temas, como si fuera un artista conceptual. Cuánto gesto, cuánta materia, cuánta gravedad, y, al mismo tiempo, cuánto afán de seriar, de acotar una taxonomía de tan raros motivos: vanitas, plantas, hojas, chozos o tiestos que elevaba a iconos irrebatibles, tan visibles, pero tan abstractos, enredados, enmarañados en la pintura.

García Prieto trabajaba en series como las señaladas, como en la de tiestos, y las dejaba siempre abiertas, volviendo a ellas reiteradamente, llevado por una concepción de la libertad insólita, como quien trabaja sin puerto visible al que arribar, sin cuentas que dar a nadie; cuanta nadería que evitar así, se diría. Esto fue lo que nos guió a elegir este título para la exposición, Un pintar indómito, como quien asume un quehacer incontrolable, ajeno a los parámetros que rigen habitualmente la práctica artística, tan controlada, tan estratégica, tan pendiente. A García Prieto se le aparecía en la mirilla un tiesto de su patio de Velliza y a él dedicaba el tiempo que hiciera falta, fíjense que objeto tan banal, y de este motivo tan prosaico sacó lo mejor de sí. De esa imagen de tiestos, como de sus otras series, realizó un conjunto que hoy celebramos en la selección del Patio Herreriano y en la del Museo de la Universidad como uno de las cotas más altas de su legado.

La exposición está concebida como un conjunto de temas a los que García Prieto se acercó con una reiteración casi obsesiva. Para el Patio Herreriano se ha seleccionado un número importante de papeles de un mismo formato y, por lo general, de un mismo grosor, algo que nos es baladí, pues tendía a verter grandes capas de pintura sobre el soporte, siempre sobre una base horizontal, así pintaba él. Se acercó a tan variados asuntos desde perspectivas múltiples, aunque los mirara siempre desde un mismo punto. Eso es, creemos, lo que implica ser artista: la capacidad de estar dándole vueltas y más vueltas a una misma idea, de buscarle siempre el envés a las cosas. Hemos seleccionado tiestos y más tiestos, hojas y hojas, raros rostros, bosques que dibujaba en continuidad como una misma obra y chozos tras chozos, unos tras otros pertinazmente… Hemos querido constatar cómo pueden verse mil caras en una sola, siempre desde una radical frontalidad. Por otro, en la sala del MUVa se han seleccionado sus trabajos, también obsesivos, sobre chozos, cabañas de piedra, refugio para pastores. Lo que fuera su aportación en la última muestra y el origen del proyecto con el Museo de la Universidad durante el último año. También se acogen sus obras sobre tela con los mismos temas que en sus series: hojas, flores, cabañas, bosques, rostros de mirada y extraños gestos. Obras de más tamaño en las que concentraba algunos de sus obsesiones también con óleo como el papel, en este caso sobre tela, magnificadas en su tamaño ya aturdido de sus obsesiones plásticas. Como puntos de atención de sus trabajos de series….

¿Cómo acercarse a la obra de García Prieto desde estas instituciones, tan pronto y tan tarde a la vez, tan poco tiempo después de su inesperada muerte pero con tanto retraso a la luz del papel tan importante que su pintura jugó en Valladolid y en Castilla y León? Lo hacemos desde la voluntad de contar, de homenajear, a Javier y, a la vez, de situar su obra en dos contextos espaciales muy específicos, la Sala 8 del Museo, dentro del Patio Herreriano, un lugar muy singular por sus características arquitectónicas, un espacio alto, ancho y blanco, que, nos cuentan, era un anhelo del artista para trabajar. Tiene, por tanto, tanto de instalación específica como de voluntad antológica. Ésta, creemos, es la misión de una institución como el Patio Herreriano: situar a nuestros artistas en las mejores condiciones de exhibición posibles, para que salgan del museo enriquecidos, emplazados en un contexto nuevo, otro, sobre el que puedan venir luego otros nuevos, que sumen nuevas lecturas en torno a su obra. Por otro lado, la Sala del MUVa en el Edificio Rector Tejerina, dentro y entorno del patio gótico de la altura de las dos plantas palaciegas de su patio de la que fuera "casa de las conchas", espacio como exterior domesticado abierto a la luz. Aquí es donde se han instalado las obras puntuales de más dimensiones, y fue este el lugar en donde le surgió a García Prieto la idea de instalar algunas de sus últimas obras, las de la serie de los chozos, con un montaje que necesitaba de esa luz abierta y natural que se descubre de modo sorpresiva.

Así, viendo sus pinturas en conjunto en los dos ámbitos de esta exposición ¿cómo podemos entender esta obra?, ¿qué pintaba García Prieto? Inicialmente la respuesta parece fácil, evidente, esto es lo cotidiano que le rodeaba en su vida en Velliza desde su asiento en 2008, entonces dejando atrás su estudio y la vida de Valladolid. Lo que sólo un artista ve y le conmueve como a nadie, lo que parecen naderías en torno a la vida, a la naturaleza y a los hombres. Hojas vivas, secas o atrapadas en un trozo de tierra de tiesto, rostros que parecen haber sido y no lo son, chozos ya destartalados que fueron refugios de hombres de campo, todo ello desde la sensibilidad de sus brochas de trazo enérgico. Sí, lo cotidiano que a fuerza de su obsesión convertía en sublime con unos pocos trazos. Hay algo más que, creemos, pintaba García Prieto, y que sólo se descubre repitiendo algunos de sus paseos cotidianos por el campo, estando en su patio de Velliza, recorriendo las calles de ese pequeño pueblo y sólo posible una vez alejados de la ciudad: el silencio. Silencio como presencia continua en sus obras después del estruendo de su trabajo, siguiendo la sensibilidad exquisita que poseen los artistas. Silencio y quietud que regresa una vez concluida la obra y nos hace volver la mirada a nosotros mismos, al trascurso de lo más cotidiano de la vida.

Un silencio y una quietud con una consecuencia, el tiempo llegar pertenecerle, él es quien le va marcando con sus obras y en el modo de elegir los momentos de sus pinturas, el tiempo de los objetos que pinta les señala su trabajo, sus series, sus decenas de papeles y telas convertidas en el sustento de su narración, en las palabras de ese discurso suyo. No pinta tiestos, ni chozos, ni rostros, ni hojas, en plural, sino que atrapa en su pintura uno solo de estos objetos en cada una de sus series, como en la más celebrada, la de sus tiestos, se apodera de una planta cogida en un tiesto y dentro de un tiempo propio credo para ella. Tiempo que se va a poder volver a secuenciar en la visita de esta exposición que acogen y abrazan dos instituciones, el Patio Herreriano y el Museo de la Universidad de Valladolid.

Daniel Villalobos y Javier Hontoria, comisarios
MUVa y Museo Patio Herreriano


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