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A mi buen amigo...

Mathias Goeritz


Gouache y tinta sobre papel
Medidas: 26x30,5 cm
A.C.A.C. Grupo La Toja Hoteles

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Procedencia:
Col. particular, Madrid / C.A.C.- Museo Patio Herreriano, Valladolid

Firma:
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Exposiciones:
SIN EXPOSICIONES

Bibiliografía:
Museo Patio Herreriano. Arte Contemporáneo Español, Colección Arte Contemporáneo y Ayuntamiento, Valladolid, 2002, 328, rep.c

Comentario:
En 1949, Eduardo Westerdahl definió la obra y la trayectoria de Goeritz en España como "de unidad tal vez indeterminada”. Esa indefinición podría matizarse si establecemos en 1948 un punto de inflexión dentro de su producción española, coincidente con la impronta que deja en él su contacto con la cueva de Altamira, y que le adentra en lenguajes plásticos de una depuración formal más evidente que la desarrollada hasta ese momento. Cuando se instala en España en 1946, su obra bascula entre la tensión expresionista y un cromatismo inspirado en Klee. Aunque latente anteriormente, la influencia mironiana irá emergiendo en su producción para hacerse notoria en buena parte de la obra que desarrolla entre 1947 y 1948, especialmente en la proliferación de elementos sígnicos, y en un momento en el que, paralelamente, la muerte y la religión emergen, entre otros, como temas, explícitos en algunas ocasiones y velados en otras. A mi buen amigo… guarda un parentesco formal con otros dibujos fechados un año antes, como Familia del payaso, David y Goliath, Familia del moro o La Sagrada Familia, aunque, a diferencia de estos, de un aire más automático e improvisado, presenta una construcción compositiva más elaborada, que ejemplifica la situación de tránsito en que se encuentra en estos meses. Todos los elementos y formas del dibujo están orientados a primar y transmitir una idea de compacidad y unidad, objetivo que le lleva a enfatizar las relaciones espaciales entre las figuras, así como a reforzar la propia existencia de un espacio previo a la disposición de aquéllas. Abandonando el color, se sirve de una gruesa y sinuosa línea para enlazar las formas, generando un ámbito cerrado, congestionado por la profusa acumulación de figuras; a su vez otorga a éstas un rotundo volumen, construyéndolas mediante distorsionadas manchas opacas, de resonancias organicistas en algunos ejemplos, aunque aliviadas por un juego hueco/macizo, de procedencia escultórica, que enfatiza aún más la existencia de una yuxtaposición en profundidad de planos que contribuye a la construcción espacial. El riguroso ordenamiento interno del dibujo se ve reforzado con la gran mancha de tinta que sirve de fondo a la escena. Casi podría decirse que la manera en que emplea la línea y resuelve el espacio adopta un valor simbólico –unión-, que puede relacionarse con la amistad o la familia, temas incluidos en los títulos de algunos de los dibujos referidos anteriormente. Aunque la presencia de algunos signos, como las cruces o la inquietante figura central -una serpiente que anida en el seno de la composición- puede reforzar una posible lectura metafórica, también dispone de recursos que alivian la carga alegórica, valiéndose de elementos anecdóticos y caricaturescos como el aspecto de máscara de los rostros, el modelado de rasgos anatómicos y físicos, especialmente en las dos figuras laterales, o la forma en que dibuja el cabello, todos ellos relacionados ya con el interés que mostrará poco después por el arte primitivo. AGV

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