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A mi querido amigo...

Mathias Goeritz

1948
Gouache sobre papel
Medidas: 29,7x23 cm
A.C.A.C. Fundación AON España

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Procedencia:
Col. particular, Madrid / C.A.C.- Museo Patio Herreriano, Valladolid

Firma:
SIN FIRMAR

Exposiciones:
SIN EXPOSICIONES

Bibiliografía:
Museo Patio Herreriano. Arte Contemporáneo Español, Colección Arte Contemporáneo y Ayuntamiento, Valladolid, 2002, 327, rep.c

Comentario:
Tras su llegada a España en 1945, Mathias Goeritz se sirve para sus obras del universo taurino en varias ocasiones. El díptico de presentación de su primera individual madrileña en la Galería Clan aparecía ilustrado con un poema y un dibujo titulados Muerte del torero, muy parecido a su vez a un gouache fechado en 1945 bautizado Plaza de toros y torero. Ya en 1946, el primer volumen de la colección Nuevos Artistas, auspiciada por Tomás Seral desde dicha galería madrileña y coordinada por el propio Goeritz, recibe el título genérico de El toro y el torero (Tauromaquia), en el que incluye una amplia serie de dibujos que recogen diversos lances de lidia. Posteriormente, varios gouaches sueltos, como el que nos ocupa, remiten, directa o indirectamente, a la corrida en general o a la figura del toro en particular. A diferencia del tono popular y anecdótico que caracterizan los acercamientos a la Fiesta por parte de artistas españoles tan dispares como Goya o Ferrant, Goeritz no elude su formación y espíritu expresionistas para abordar una interpretación más esencialista, focalizada en el enfrentamiento entre el diestro, en ocasiones sustituido por la figura del caballo, y el toro. Aunque con diferentes soluciones formales correspondientes a las sucesivas tentativas de síntesis plástica que emprende en sus años de estancia en España, en su tratamiento de la temática taurina las figuras aparecen recurrentemente aisladas, descontextualizadas sobre un fondo neutro, eliminando con ello cualquier intención narrativa o descriptiva, para centrarse exclusivamente en la faceta dramática y expresiva del lance. En este dibujo de 1948 en el que representa la suerte suprema, ha abandonado la línea sinuosa de obras anteriores. Sin renunciar en ningún caso al movimiento que da a sus composiciones, matiza el dinamismo explícito de aquellas al sustituirlo por una tensión interna más intelectual, a lo que favorece la resolución formal de las figuras mediante delgados trazos de color silueteados con un dibujo tosco, de línea discontinua y desigual en su grosor, siguiendo un patrón estético que busca su filiación con el arte prehistórico. El toro –casi Minotauro por su ambigua construcción que le hace parecer erguido sobre sus dos patas traseras- y el matador presentan una análogo tratamiento morfológico como figuras-insecto. Deliberadamente desplaza la carga expresiva de la escena hacia los atributos que en cada uno de los protagonistas de la misma concentran el drama que se experimenta: el estoque en actitud desafiante del torero, que en un guiño a épocas remotas reproduce la forma de la falcata ibérica, y las astas del toro. Ambos confluyen en la muleta que centra la composición, resuelta con una potente mancha roja que en su relación con la cabeza del toro nos da la única referencia espacial del dibujo. AGV

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